Ante el calentamiento global, ¿es posible una economía circular?
La histórica bajante del río Paraná, con sus consecuencias en la navegación; la falta de nieve en la Patagonia, con su impacto en el turismo, y el reciente incendio en Potrerillos, en el Valle de Calamuchita, donde múltiples viviendas fueron arrasadas, ponen en relieve cómo el calentamiento global aceleró su velocidad y parece estar fuera de control.
Argentina tiene por delante el desafío de diseñar y poner en práctica una agenda climática y ambiental.Gisela Veritier (*)Domingo, La Voz.
Según un reporte del Departamento de Comercio del Gobierno de los Estados Unidos, publicado el 13 de agosto, julio fue el mes más caluroso en la historia del planeta desde que comenzaron los registros, hace 142 años, con una temperatura 0,93 grados centígrados (°C) por encima del siglo 20.
En la agenda mundial, ha pasado a ser un tema principal. El 9 de agosto pasado, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la Organización de las Naciones Unidas realizó una recopilación de investigaciones de 234 científicos basándose en 14 mil publicaciones revisadas, convirtiéndose en el reporte más importante a escala mundial sobre el tema.
Allí evidencian que la temperatura media mundial fue 1,09 °C más alta entre 2011/2020 que entre 1850/1900, lo que aceleró la suba del nivel del mar, derritió el hielo del planeta y empeoró fenómenos extremos como olas de calor, sequías, inundaciones y tormentas.https://b8bd36dd632f8d51fdccfbc905cf6d6b.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-38/html/container.html
En sus más de tres mil páginas, demuestra con evidencia que los seres humanos son la causa dominante del calentamiento global observado en las 52 décadas recientes, a la vez que remarca que estos cambios podrían ser irreversibles.
El Acuerdo de París, firmado entre todos los países de la Unión Europea (UE) y sus Estados miembros en 2015, estableció un marco global para limitar el cambio climático. Lo hizo manteniendo el aumento de la temperatura media mundial por debajo de 2 °C sobre los niveles preindustriales, llevándolo a 1,5 °C. Dicho marco también aspira a reforzar la capacidad de los países para hacer frente a sus efectos nocivos.
¿Y ARGENTINA?
En este contexto, Argentina se encuentra entre la inacción y los cambios sin precedentes. Si bien los acuerdos internacionales que acentuaron los países desarrollados ante el escenario plasmado por el Covid-19 nos obligan a incorporar la agenda climático-ambiental, es cierto que nuestro país está muy retrasado. Eso genera graves dificultades para bajar al territorio una política ambiental efectiva que articule las acciones de nación, provincias y municipios.https://b8bd36dd632f8d51fdccfbc905cf6d6b.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-38/html/container.html
Investigaciones del Conicet muestran también que no somos la excepción: entre 1961 y 2018, la temperatura aumentó en promedio 1 °C, lo que empeoró la tendencia en el mediano plazo. Tanto Buenos Aires y la Zona Metropolitana como el Litoral, Pampa Húmeda, Centro, NOA, NEA, Andes y estepa patagónica no quedan exentos de sequías, inundaciones, deshielos, incendios. Hacia adelante, se espera un incremento de 1,5 °C más para 2030 en el norte y un 0,7 °C en el sur.
Esto provocará desertificación y serios problemas para la agricultura, motor clave en el crecimiento económico actual de nuestro país, problemas en la navegación (por el río Paraná hoy los barcos sólo pueden llevar cargas al 50 por ciento), impacto en las reservas hidroeléctricas, dificultad para el abastecimiento y mayor contaminación.
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Sin embargo, con una economía que lleva años en recesión, y en la que muchas empresas cerraron, con destrucción de puestos de trabajo, pérdida de poder adquisitivo, alta inflación, tipos de cambio incontrolables, aumento de pobreza y situación sanitaria exigida por la pandemia, no luce como un problema central tal agenda medioambiental.
Los problemas urgentes y las políticas económicas tendientes a paliar esta situación lejos están de incluirla entre las estrategias clave para el desarrollo.
DE LO LINEAL A LO CIRCULAR
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Los modelos económicos lineales basados en la producción, el consumo y el desecho de productos, a partir de la extracción y la transformación de materias primas, están siendo objeto de debate.
Poseen un límite a los resultados positivos económicos e impactan sobre el bienestar humano, social y planetario. Además, demostraron no ser resilientes ante la disrupción en las cadenas de valor globales producida por la crisis sanitaria actual.
Muchas son las voces que se alzaron ante el “Gran Reinicio” que planteó el virus pandémico, remarcando la necesidad de pasar de una economía lineal a una economía circular, mediante el diseño de estrategias de recuperación económica que minimicen la pérdida de materiales y de energía mediante la práctica activa de las 6R: reciclar, reparar, reutilizar, rediseñar, remanufacturar y reimaginar; un nuevo modo de producir llamado “la Economía Verde”.
Ejemplos como el caso del País Vasco muestran que un enfoque circular no sólo hace a las economías más resilientes, sino también más eficientes. Las estimaciones dicen que hacia 2030 estos modelos generarían una industria de 4,5 billones de dólares, creando también nuevas oportunidades de empleo.
Estudios económicos, que analizaron 700 potenciales políticas de estímulo pos-Covid-19, demuestran que las políticas destinadas a promover innovación verde, economía circular e I+D (investigación y desarrollo) orientadas al desarrollo de tecnologías medioambientales generan más puestos de trabajo y mayores retornos en el corto plazo.
Además de un mayor ahorro de costos en el largo plazo en comparación con los paquetes de estímulos fiscales tradicionales.
Se trata de un cambio de paradigma que implica pasar del concepto de globalización, en el que toda la producción de bienes y servicios mundiales se traslada por todo el mundo de manera lineal, al concepto de “glocalización”, por el que la producción de bienes se desenvuelve localmente en un esquema circular y la data viaja globalmente sin límite de fronteras.
Otro enfoque pertenece a la economista de la Universidad de Oxford y de Cambridge Kate Raworth, quien en su libro La economía del Dónut: siete formas de pensar como un economista en el Siglo XXI, mediante el uso de la metáfora de la rosquilla, propone un cambio de la meta de crecimiento económico perpetuo. En esa transformación se fundamenta el futuro de las sociedades estableciendo unos principios generales que se desenvuelven entre el piso social (límite inferior del dónut) y el techo ambiental (límite superior del dónut).
Gunter Pauli (emprendedor belga) desarrolló el concepto de “economía azul” para definir la capacidad de atender las necesidades básicas con recursos limitados y la importancia de los mares y de los océanos como motores de la economía, generando innovaciones inspiradas en la naturaleza que lleven a producir más con menos.
Pero también existe el concepto de “economía naranja” que involucra a la economía cultural y creativa; la “economía amarilla” centrada en la tecnología y la ciencia y sus avances en materia de reducción en los costos de producción, y la “economía roja” para hacer referencia a la economía de consumo con impacto sustentable en la sociedad.
En todo el mundo se encuentra la discusión abierta para la reconversión de la industria de un sistema lineal a uno circular pos-Covid-19.
Las transformaciones en el mundo del trabajo, los cambios en la construcción de viviendas, con mayor sustentabilidad y tecnología, o modelos económicos como la startup Tiendoo, de emprendedores cordobeses, que mediante un supermercado digital busca reducir el impacto ambiental, el consumo excesivo y mejorar la nutrición de las personas, es parte de la tendencia.
Es hora de que Argentina comience a debatir su modelo de economía circular más allá del color o de la forma. Pensar y formular planes económicos y sociales que incluyan como fuerte eje la agenda ambiental, desde una política fiscal proactiva hasta políticas de estímulo y de fomento en línea con un mundo 4.0.